Leila consideraba que nadie debería ambicionar tener más de cinco amigos. Uno solo ya era una suerte. Las personas más afortunadas podían tener dos o tres, y las nacidas bajo un cielo sembrado de estrellas brillantísimas, un quinteto…, más que suficiente para toda una vida. No era prudente buscar más, pues quizá entonces se corriera el riesgo de perder a aquellos en quienes se confiaba.
La última novela de esta prolífica autora, hija de diplomáticos turcos, resultó finalista del Premio Booker, y nos retrotrae a la Estambul convulsa, viva e intensa de mediados del siglo XX. La ciudad, sumida en un intenso terremoto cultural y religioso, es el destino de una adolescente que después conoceremos de adulta como Tequila Leila, una más de las muchas mujeres que huyen de hogares llenos de abusos y represión en busca de libertad. La novela arranca con un seísmo: Leila ha muerto; su cadáver yace a las afueras de Estambul, pero su mente, todavía activa, empieza a pensar. Esos pensamientos saltan entonces entre los recuerdos de los aromas y sabores de la vida de Leila: desde la sal de su nacimiento hasta el cardamomo de la calle de los burdeles de Estambul, pasando por el azúcar y el limón de su infancia o el ácido sulfúrico que un cliente le lanzó sobre la espalda. Asistimos así a la reconstrucción del pasado de la protagonista de la mano de una memoria agonizante y parcial, pero aún llena de vida, y conocemos de ese modo a las cinco personas más importantes para Leila, sus cinco amigos, aquellos que mientras ella expira la están buscando por toda la ciudad.
La familia de agua se formaba mucho más tarde y en gran medida se la creaba una misma. Si bien era cierto que nada podía reemplazar a una familia de sangre alegre y afectuosa, a falta de esta, una buena familia de agua podía borrar el daño y el dolor acumulados en el interior como negro hollín. Así pues, era posible que los amigos tuvieran un lugar especial en el corazón de una persona y ocuparan un espacio mayor que toda su familia junta. Sin embargo, quienes no habían vivido en carne propia el rechazo de sus parientes no comprenderían ni en un millón de años esa verdad. Jamás entenderían que en ocasiones el agua tira más que la sangre.
“Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo” es un canto de amor-odio a una ciudad inmensa y maltratada, femenina y por tanto acordonada históricamente por una red de violencia e intolerancia sistémicas. Ese amor será el que Leila acaba encontrando en sus cinco compañeros: Sabotaje Sinán, Nostalgia Nalán, Yamila, Zaynab122 y Hollywood Humeyra; y ese odio será el que todos y cada uno de ellos habrán sentido alguna vez, y el que ha terminado dejando el cuerpo sin vida de Leila en un contenedor sin causa ni motivo aparente. Amistad, religión, amor, intolerancia, prostitución, búsqueda de la identidad, sororidad, hermanamiento, vida y muerte van tejiendo este relato en el que pasado y presente se turnan como los recuerdos furtivos de Leila para construir una verdad: nos depare lo que nos depare el destino, haya más luz o más oscuridad en el camino que nos toca recorrer, siempre hay rincones cálidos a nuestro alrededor llenos de amor y ternura capaces de unirnos, incluso después del final, y que hacen que todo lo demás merezca la pena.